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Francisco Álvarez Durán (De Algodonales a Mauthausen-Gusen, un viaje sin retorno)
A principios del siglo pasado, las mujeres no daban a luz, parían. Y lo hacían en su propia casa, con la ayuda de alguna vecina comadrona cuyos conocimientos se basaban en errores cometidos anteriormente o en las enseñanzas de quien le precedió como partera. Consejos de viva voz que aliviaban el trance y una palangana con agua hervida y toallas limpias era todo el material quirúrgico. En aquellos tiempos la vida y la muerte venían de la mano.
Así nació el 3 de mayo de 1.906, en la calle Arrabalería de Algodonales, provincia de Cádiz, Francisco Álvarez Durán, hijo de Francisco, jornalero del campo y de María, sus labores. De la infancia y juventud de Álvarez Durán poco sabemos, aunque suponemos que transcurriría como la de todos los que vivieron en aquella época: Pueblos y aldeas sin electricidad; tasas de analfabetismo del 95%; enfermedades infecciosas como tuberculosis, difteria o cólera que elevaban la mortandad infantil al 50% y hambrunas en los años de mala cosecha. Jornadas laborales de 10 o 14 horas, niños de 7 u 8 años trabajando de porqueros, vendimiando o en estrechos túneles de minas para aprovechar su cuerpo menudo. Y chicas de salud vigorosa que para huir de la miseria se dejaban preñar y ser contratadas como amas de leche en casas de ricos y potentados de la capital.
Políticamente España se regía por el llamado “acuerdo de turnos”: Un partido conservador y otro liberal que se van alternando amigablemente en el poder. Unas veces gobierna Cánovas y otras Sagasta.
De Francisco Álvarez Durán no volvemos a tener noticias hasta primeros de 1.936, ya casado con Francisca Rosado Mena natural de Ubrique y viviendo ambos en el número 8 de la calle Conciencia de Benamahoma, donde él ejerce de barbero-saca muelas, oficio que le enseñó un viejo maestro a punto de retirarse. Según parece perteneció a la CNT así que al estallar la guerra civil y por temor a las represalias que ya anunciaban los voceros de los sublevados, se marcha de Benamahoma mientras que su mujer regresa a Ubrique.
No tienen hijos, lo que facilita las cosas, y se separan con el acuerdo tácito de volver a reencontrarse cuando todo se calme. Poco antes de finalizar la guerra cruza la frontera con Francia y allí es identificado, detenido e ingresado en uno de los campos de internamiento que las autoridades francesas habilitan para recluir al más de medio millón de españoles que huyen de la represión franquista.
Estos recintos se construyen de prisa y corriendo, cerca de la frontera, con barracones de madera o simplemente a la intemperie. Los internos no disfrutaban de agua potable, ni de las mínimas condiciones higiénicas, apenas se les ofrecía comida ni ropa de abrigo o servicios médicos y muchos muriendo de desnutrición, enfermedades, heridas o mal trato.
En aplicación del decreto firmado por el presidente francés Daladier el 12 de abril de 1939 Francisco es movilizado con carácter forzoso en enero de 1940 e integrado en la Compañía de Trabajadores Extranjeros 101 o 102 (estos grupos de trabajo pertenecían al Ministerio de Defensa, vestían uniforme militar pero no estaban armadas y estaban al mando de un oficial del Ejército francés.)
Su compañía fue destinada a obras de fortificación en la costa atlántica. La Segunda Guerra Mundial comienza, oficialmente, el 1º de septiembre de 1939 cuando la Wehrmacht invade Polonia y dos días después, Reino Unido y Francia, en función del acuerdo de ayuda mutua firmada con el gobierno de Varsovia, se ven obligados a entrar en la contienda.
Merced a una extraordinaria maquinaria de guerra, fulgurantes campañas militares y tratados de rendición, Alemania somete en breve plazo a gran parte de Europa Occidental. El 14 de abril de 1.940 cae Paris y el 22 del mismo mes el gobierno provisional del general Pétain firma un segundo armisticio por el que el norte y el oeste de Francia quedan bajo administración nazi. La compañía a la que pertenecía Francisco Álvarez fue capturada por el ejército alemán el 20 de junio de 1940 en la zona de Sablé-Sur-Sarthe y todos los españoles que la componían son internados en el campo de prisioneros de guerra número 203 situado cerca de Le Mans (Francia).
Existe documentación que acredita que el 19 de noviembre de 1940 llega al campo de prisioneros de guerra X-B Sandbostel, situado en el norte de Bremen ya en Alemania y es registrado como miembro del ejército francés con el número 51621. Cuando las autoridades alemanas detectan la razón por la que estos españoles participan a favor de los aliados en la guerra (se calcula que fueron unos 35.000 de los que 9.000 fueron hechos prisioneros) trasladan la información al gobierno de Franco que responde que “esos ya no son españoles”.
La embajada alemana en España insistió sobre qué hacer con aquellos exiliados, pero no hubo respuesta y a partir de entonces los uniformes de los prisioneros españoles lucían un triángulo azul, símbolo de apátrida. En septiembre de 1940 se firma un acuerdo entre ambos gobiernos y por orden expresa del führer -pocos días después de la visita de Serrano Suñer a Berlín- se estableció que todos los prisioneros españoles debían ser sacados de los campos donde se respetaba las convenciones internacionales y llevados a los llamados campos de la muerte. A finales de ese mes llega el primer grupo de españoles al campo de Mauthausen, del que solo fueron liberados dos hombres: Joan Bautista Nos y Fernando Pindado debido a que sus familias mantenían vínculos con la cúpula franquista. Será el inicio de cientos de convoyes que recorrían un largo viaje de cuatro días desde los antiguos campos occidentales hasta el aterrador campo ubicado en Austria. “Creíamos que nos iban a fusilar, pero fue mucho peor” confesó uno de los supervivientes cuando recuerda su llegada al campo.
Ante tanta necesidad de espacio se abrió el de Gusen, que dependía del anterior y al que eran enviados los más débiles. Muchos de aquellos desdichados eligieron arrojarse a las vallas electrificadas para terminar con el sufrimiento y la espera. Su forma de despedirse era regalar la cena (un trozo de pan) al compañero que tuviese al lado, emotivo gesto que sustituía palabras y abrazos.
Francisco Álvarez Durán trabajó durante meses en las canteras que se explotaban cerca del campo, acarreando a la espalda piedras de 30 o 40 kilos por una escalera de 186 peldaños, padeciendo hambre, sed, miedo, golpes y la amenaza siempre latente de torturas y cámaras de gas. Poco a poco, los soviéticos avanzaban por el Este y los aliados por el Oeste.
Alemania perdía territorio y los campos de concentración fronterizos eran liberados, aunque Mauthausen por encontrarse en el interior del Tercer Reich fue uno de los últimos. Por fin, el 5 de mayo de 1.945 los españoles del campo divisaron un tanque acercándose. Inmediatamente sustituyeron las banderas de la cruz gamada a las puertas del recinto por una pancarta: Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras” Pero Francisco Álvarez Durán no lo pudo ver. Murió el 25 de noviembre de 1941 a la edad de 35 años. Fue uno de los 4.427 españoles fallecidos en Mauthausen a los que recientemente se han añadido 695 nombres tras un arduo trabajo basados en el fondo documental de asociaciones como la Amical de Mauthausen para tratar de poner nombre y apellidos a todas las víctimas españolas de aquel genocidio. Desde 2019 el gobierno de España considera el 5 de mayo como el Día Oficial de Homenaje a los españoles deportados y fallecidos en los campos de concentración y todas las víctimas del nazismo. Que sus vidas, su memoria y su recuerdo perduren para siempre. (Relato escrito por Antonio Pérez Siles y Manuel Mata Pacheco)

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